Small and big stories / Pequeñas y Grandes Historias :: CMNEntertainment ::
miércoles, 30 de abril de 2014
El monje y el Samurai (pequeño cuento)
Erase una vez, en un lugar muy apartado del lejano oriente, un monasterio en el que vivía un joven monje con fama merecida de ser fiel cumplidor de su palabra.
Un día le encargaron llevar una carta urgentemente al gobernador de la ciudad por un asunto muy importante, debiéndola entregar personalmente, y sólo confiaban en él.
Tras un día de caminata, al llegar a la ciudad notó que había mucha gente congregada en torno al único puente que daba acceso a la misma. Y allí le contaron que un samurai se había apostado en el puente desafiando a muerte a los cien primeros hombres que quisieran entrar en la ciudad, para demostrar así su destreza y poder quedarse al servicio del gobernador.
El joven monje había dado palabra de cumplir su encargo, así que superando su miedo se adelantó para cruzar el puente.
- No puedes pasar si no me desafías, le dijo el samurai.
- Tengo mucha prisa para entregar una carta al gobernador, le respondió el monje, una carta por un asunto muy importante. Si me dejas pasar, te prometo que volveré y lucharé contigo.
El samurai se extrañó mucho por la propuesta, pero dada la urgencia y que era para el gobernador, la encontró razonable. Así que le contestó:
- De acuerdo. Pero si no vuelves, iré a tu monasterio y desafiaré a todos los monjes
El joven monje, muerto de miedo, tras dejar el sobre fue a ver a su antiguo maestro y le pidió consejo, pues pensaba que si volvía al puente iba a morir; ¡pero si no lo hacía morirían todos sus hermanos!
El viejo maestro, tras meditar unos momentos y conocedor de la situación, le respondió:
- Efectivamente, si vuelves creo que vas a morir. Pero has dado tu palabra y debes cumplirla, así que lo único que puedo hacer por ti es prepararte para una buena muerte. Mira, cuando el samurai te dé la espada, tú la colocas vertical sobre tu cabeza, cierras los ojos y piensas en Dios, con quien te encontrarás en poco tiempo. Todo será muy rápido y no sufrirás.
El joven monje, con más miedo que otra cosa, volvió al puente. El samurai en cuanto lo vio desenvainó la espada para disponerse a luchar, quedaba poco para dar por cumplida su acometida.
El monje, sin mediar palabra, elevó el arma sobre su cabeza como le había indicado el maestro, entornó los ojos y se concentró en estado meditativo esperando el golpe certero del samurai. Este comenzó a observarlo tremendamente sorprendido.

El monje, entretanto, seguía concentrado y muerto de miedo esperando el frío acero de la espada.
El samurai, cada vez más sorprendido, daba vueltas y más vueltas a su alrededor buscando un punto débil, y cada vez estaba más convencido de que el monje tenía un golpe maestro que iba a acabar con él en cualquier momento. Hasta que al fin se le acercó suplicante:
- ¡Por favor, no me mates! ¡Perdóname la vida y enséñame tu golpe maestro
El secreto de la vía del sable
Un joven fue un día a acercarse a un Maestro de Kenjutsu ( el arte del Sable) para ser un alumno. El maestro aceptó y dijo: “A partir de hoy, iras cada día a cortar troncos al bosque y a buscar agua al río.” Esto fue lo que el joven hizo sin rechistar. Después de tres años, se dirigió al maestro y le dijo: “Yo he venido para aprender la vía del sable y hasta ahora ni siquiera pasé de la puerta del Dojo…”.
“Muy bien, -le dijo el Gran Maestro-, pues hoy entrarás.” Sígueme. A partir de este momento – le dijo el maestro-, marcharás alrededor de la sala, pisando cuidadosamente el borde del tatami, es importante, nunca debes traspasar el borde…
El discípulo practicó el ejercicio durante un año, al fin del cual estaba tan encolerizado que se dirigió al Maestro y le gritó: “Me voy, no he aprendido nada del arte que vine a aprender, tan solo he sido tu sirviente, me voy!!!!…”
“No, -le dijo el Maestro- hoy voy a continuar enseñándote. Ven conmigo…”
El Maestro llevó al joven frente a una montaña..acto seguido lo llevó al borde de un gran precipicio. Un tronco de árbol hacía de puente sobre el vacío para cruzar al otro lado…
“Bien, pasa al otro lado”, dijo el Gran Maestro al discípulo, éste se quedó paralizado por el miedo.
Mirando al abismo, lleno de miedo y de vértigo, el joven no era capaz de dar ni un pequeño paso. En ese preciso momento llegó un ciego, que tanteando con su caña, sin rechistar, se metió en el frágil pasaje y tranquilamente cruzó al otro lado.
o fue preciso nada más para que el joven perdiera el miedo, así y sin más dilación pasó rápidamente al otro lado del precipicio.
Su maestro le gritó: “Has dominado el secreto de la esgrima: abandonar el ego, no temer a la muerte y ser indiferente a las circunstancias adversas. Cortando troncos, desarrollaste la musculatura, marchando con atención al borde del tatami perfeccionaste tu equilibrio, y hoy has comprendido el secreto de la “Vía”, creo que serás entre todos el más fuerte…
El Samurai y el Pescador
Durante la ocupación Satsuma de Okinawa, un Samurai que le había prestado dinero a un pescador, hizo un viaje para cobrarlo a la provincia Itoman, donde vivía el pescador. No siéndole posible pagar, el pobre pescador huyó y trató de esconderse del Samurai, que era famoso por su mal genio. El Samurai fue a su hogar y al no encontrarlo, lo buscó por todo el pueblo. A medida que pasaba el tiempo se daba cuenta que el desgraciado pescador se estaba escondiendo…comenzaba a montar en cólera. Finalmente, al atardecer el Samurai enfadado sin límite encontró bajo un barranco al que consideraba un miserable. En su enojo, desenvainó su espada y le gritó: ¡¿Qué tienes que decirme!?.
El pescador replicó, “Antes de que usted me mate, me gustaría decirle algo. Humildemente le pido esta posibilidad.” El Samurai dijo, “Ingrato! Te presto dinero cuando lo necesitas y te doy un año para pagarme y me retribuyes de esta manera. Habla antes de que cambie de opinión!”
“Lo siento”, dijo el pescador. ” Lo que quería decir era esto: Acabo de comenzar el aprendizaje de las Artes Marciales y la primera cosa que he aprendido es éste precepto: “Si alzas tu mano, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza, restringe tu mano.”
El Samurai quedó petrificado al escuchar esto de los labios de un simple pescador. Envainó su espada y dijo: “Tienes razón. Pero acuérdate de esto, volveré en un año a partir de hoy, y será mejor que tengas el dinero o será tu vida la que pierdas” Así marchó.
Había anochecido cuando el Samurai llegó a su casa a varias jornadas de viaje de donde vivía el pescador y, como era costumbre, estaba a punto de anunciar su regreso, cuando se vio sorprendido por un haz de luz que provenía de su habitación, a través de la puerta entreabierta.
Agudizó su vista y pudo ver a su esposa tendida durmiendo y el contorno impreciso de alguien que dormía a su lado. Muy sorprendido y explotando de ira se dio cuenta de que era un samurai!
Sacó su espada y sigilosamente se acercó a la puerta de la habitación. Levantó su espada preparándose para atacar a través de la puerta, cuando se acordó de las palabras del pescador: “Si tu mano se alza, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza restringe tu mano.”
Volvió a la entrada y dijo en voz alta. “He vuelto”. Su esposa se levantó, abriendo la puerta salió, junto a ella salió la madre del Samurai para saludarlo. La madre estaba vestida con ropas que pertenecían a él. Se había puesto ropas de Samurai para ahuyentar a los intrusos durante su ausencia.
El año pasó rápidamente y el día del cobro llegó. El Samurai hizo nuevamente el largo viaje. El pescador lo estaba esperando. Apenas vio al Samurai, este salió corriendo y le dijo: “He tenido un buen año. Aquí está lo que le debo y además los intereses. No sé cómo darle las gracias!”
El Samurai puso su mano sobre el hombro del pescador y dijo: “Quédate con tu dinero. No me debes nada. Soy yo el endeudado.”
Los 3 hermanos
Un viejo guerrero Samurai , que en su juventud logró sobrevivir a los embates de diversas guerras entre señoríos, presintió que sus días en este plano de vida se terminarían , y decidió dar lo poco que tenía a sus tres únicos hijos , los cuales también eran samurais , pero de un nivel de pelea muy básico.
El chico comprobó que su padre tenía razón pues a pesar de que eran simples flechas, estaban hechas de maderas duras y al juntar las tres no se podían romper .
Como él presentía que su destino final se acercaba decidió que no sería posible enseñar el arte del Kenjutsu por completo a sus tres hijos lo que lo entristecía muchísimo pues sin duda después de su partida ellos serían presa fácil de otros guerreros de mayor nivel.
Mientras se preparaba espiritualmente en meditación para su partida , le llegó una visión y una forma de dar el último legado a sus jóvenes hijos.
Mientras hacia un recuento de las posesiones en armas que tenía y al observar las flechas que había forjado años antes como regalo para sus hijos, (las flechas tienen una simbología muy especial para los Japoneses pues denotan el vehículo con que se trasladan los deseos y las metas, y su objetivo es no regresar del lugar de donde salieron) así comparó los deseos que dejaría como último legado para sus tres hijos.
Días mas tarde convocó a los tres para darles sus bendición y para darles sus partes de la herencia a cada uno, durante ese momento dijo :
” Se que ustedes seguirán mis pasos como guerreros y se que aún son muy jóvenes e inmaduros en el arte del sable, no obstante sus técnicas son complementarias y solo tuve tiempo de enseñarles a atacar y no a defender…tengo una enseñanza más por darles…sepan que en estas flechas esta el secreto para que ustedes puedan ser invencibles a pesar de que solo saben técnicas de ataque.”
Los tres muchachos se quedaron sorprendidos , se miraban entre si , pues no sabían como tres flechas habrían de hacerlos invencibles. El anciano les sonrió y les entregó una flecha a cada uno de ellos. Los jóvenes las miraron y quedaron muy confusos pues las flechas no parecían tener ninguna cualidad superior…uno de ellos dijo:
“Padre gracias por tu regalo y por entregarnos estas flechas , pero díganos ¿Cómo es que esta simple flecha nos va hacer invencible?
El anciano le dijo:
“Si decides romper esta flecha con tus propias manos seguramente lo lograras sin ningún tipo de problema pero si juntas las tres te será casi imposible romperlas, une las flechas en una e intenta romperlas tan solo con tus manos.”

El anciano sonrío de nuevo al ver que ninguno de los tres pudo romper el grupo de flechas y continúo diciendoles :
“Así como el estilo de estas tres flechas es solamente el de atacar un objetivo , el de ustedes es igual, pero pongan atención pues esta es la herencia más importante que les dejaré. Las flechas son indestructibles si se juntan pero si se deja una sola, cualquiera podrá romperla. Estas flechas representan sus cualidades y sus personalidades en el combate , de igual manera , para que ustedes sean invencibles, deberán pelear juntos y atacando de una manera definitiva y sin titubear , pues el día que decidan pelear solos será lo último que hagan: rota una de las flechas las otras son mas fáciles de romper. Esta es la manera de que los tres sean invencibles a pesar de que solo saben los ataques y no las defensas.”
Desde entonces ninguno de los tres hermanos se atrevió a pelear solo y desde ese momento juntos fueron invencibles.
La templanza del samurai
Cuentan que cerca de Tokio vivía un gran samurai ya anciano, que se dedicaba a enseñar a los jóvenes el noble arte de la espada y la meditación. A pesar de su edad, circulaba la leyenda de que todavía era capaz de derrotar a cualquier adversario.
Cierta tarde, un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos, apareció por allí. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación. Solía esperar a que su adversario hiciera el primer movimiento y, dotado de una inteligencia privilegiada para reparar en los errores cometidos, contraatacaba con velocidad fulminante. El joven e impaciente guerrero se fue hasta donde estaba el viejo samurai para derrotarlo y así aumentar su fama.
Todos los estudiantes se manifestaron en contra de la idea, pero el viejo aceptó el desafío. Juntos, todos se dirigieron a la plaza de la ciudad y el joven comenzó a insultar al anciano maestro. Arrojó algunas piedras en su dirección, le escupió en la cara, le gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus antepasados. Durante horas hizo todo por provocarle, sin embargo el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, sintiéndose ya exhausto y humillado, el impetuoso guerrero se retiró.
-“¿Cómo pudiste, maestro, soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usaste tu espada, aún sabiendo que podías perder la lucha, en vez de mostrarte cobarde delante de todos nosotros?”.
El maestro les preguntó:“Si alguien llega hasta vosotros con un regalo y vosotros no lo aceptáis, ¿a quién pertenece el obsequio?”.
- “A quien intentó entregarlo”, respondió uno de los alumnos.
-“Lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos -dijo el maestro-. Cuando no se aceptan, continúan perteneciendo a quien los llevaba consigo”.
domingo, 6 de abril de 2014
Suscribirse a:
Entradas (Atom)