El pescador replicó, “Antes de que usted me mate, me gustaría decirle algo. Humildemente le pido esta posibilidad.” El Samurai dijo, “Ingrato! Te presto dinero cuando lo necesitas y te doy un año para pagarme y me retribuyes de esta manera. Habla antes de que cambie de opinión!”
“Lo siento”, dijo el pescador. ” Lo que quería decir era esto: Acabo de comenzar el aprendizaje de las Artes Marciales y la primera cosa que he aprendido es éste precepto: “Si alzas tu mano, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza, restringe tu mano.”
El Samurai quedó petrificado al escuchar esto de los labios de un simple pescador. Envainó su espada y dijo: “Tienes razón. Pero acuérdate de esto, volveré en un año a partir de hoy, y será mejor que tengas el dinero o será tu vida la que pierdas” Así marchó.
Había anochecido cuando el Samurai llegó a su casa a varias jornadas de viaje de donde vivía el pescador y, como era costumbre, estaba a punto de anunciar su regreso, cuando se vio sorprendido por un haz de luz que provenía de su habitación, a través de la puerta entreabierta.
Agudizó su vista y pudo ver a su esposa tendida durmiendo y el contorno impreciso de alguien que dormía a su lado. Muy sorprendido y explotando de ira se dio cuenta de que era un samurai!
Sacó su espada y sigilosamente se acercó a la puerta de la habitación. Levantó su espada preparándose para atacar a través de la puerta, cuando se acordó de las palabras del pescador: “Si tu mano se alza, restringe tu temperamento; si tu temperamento se alza restringe tu mano.”
Volvió a la entrada y dijo en voz alta. “He vuelto”. Su esposa se levantó, abriendo la puerta salió, junto a ella salió la madre del Samurai para saludarlo. La madre estaba vestida con ropas que pertenecían a él. Se había puesto ropas de Samurai para ahuyentar a los intrusos durante su ausencia.
El año pasó rápidamente y el día del cobro llegó. El Samurai hizo nuevamente el largo viaje. El pescador lo estaba esperando. Apenas vio al Samurai, este salió corriendo y le dijo: “He tenido un buen año. Aquí está lo que le debo y además los intereses. No sé cómo darle las gracias!”
El Samurai puso su mano sobre el hombro del pescador y dijo: “Quédate con tu dinero. No me debes nada. Soy yo el endeudado.”
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